Seguramente,
nada de nada. Como ya ha ocurrido muchas otras veces, en que ha cundido de
forma generalizada esta psicosis infundada sobre el fin del mundo, de nuevo nos
vuelve a golpear la misma paranoia al igual que en el año 1000, el 2000, el
paso del cometa Halley, el paso del Elenin
y un sinfín de veces más que ya no recuerdo. Esta vez el trágico evento se
pretende sustentar en la llegada del final del llamado Calendario Maya. Dicho
calendario está basado en un sistema de medición del tiempo denominado “cuenta
larga” utilizado en Mesoamérica en la época precolombina y cuya invención se ha
atribuido a los Mayas. Desde luego yo no soy ningún experto en la cultura Maya,
pero es evidente que el final de un calendario tallado en una piedra puede
significar muchas cosas y no necesariamente tiene que suponer el final del mundo.
Es de sentido común, por ejemplo, si dentro de 8.000 años hacen una excavación
arqueológica en mi oficina, buscando no sé qué, y suponiendo que encontraran mi
calendario encima de mi mesa, cosa que dudo ya que es de cartulina y
seguramente acabará desintegrado, los arqueólogos del futuro descubrirían que
mi calendario acaba el 31 de enero del 2013 y obviamente eso no significa que
el mundo se acabara para mi ese día. Igualmente el final del calendario Maya
bien podría significar que el que esculpía se quedó sin piedra suficiente para
continuar su obra… Bromas aparte, creo, sin embargo, que este no es el caso,
pues creo que se han encontrado otras versiones del calendario que acaban en la
misma fecha, el 21 de diciembre de 2012 a las 11:12 UTC (tiempo universal
coordinado). Las teorías más modernas y sensatas defienden que lo que esperaban
los Mayas para esa fecha era más el final de un ciclo que el final del mundo.
Pero
¿por qué los mayas eligieron esta fecha tan peculiar? En la década pasada, un
escritor exotérico John Major Jenkins, sostenía que la elección de esta fecha
no era fortuita, sino que se hacía coincidir con un evento astronómico
denominado “alineación galáctica”, hecho que está ligado a la precesión de los
equinoccios. Según este escritor, los Mayas, que contaban con un conocimiento
de astronomía bastante avanzado derivado de sus propias observaciones, daban
una especial importancia a la gran mancha oscura situada en el ecuador de
nuestra galaxia (mancha de polvo interestelar que podemos apreciar en los
cielos de verano, sobre el brillo del fondo galáctico) a la que llamaban
Xibalba Be (el “Camino Negro”). Según las teorías de Jenkins tal fue la
importancia que dieron a este “Camino Negro”, que siendo conscientes de la
posición de intersección de este “Camino Negro” y también de la fecha en la que
el sol en su tránsito se alineaba con esta intersección, quisieron dar especial
relevancia a ese momento haciéndolo coincidir con el final de su calendario y
otorgándole el significado de un cambio de ciclo. Como el equinoccio de
primavera en el hemisferio norte está actualmente en la constelación de Piscis,
entonces el solsticio de invierno está actualmente en la constelación de
Sagitario, que es la constelación zodiacal cruzada por el ecuador galáctico.
Obviamente
los astrónomos, con buen criterio, se oponen a esta teoría argumentando que el
posicionamiento de dicho ecuador galáctico resulta un hecho bastante
arbitrario. Sería bastante complicado, incluso hoy en día, determinar con tal
precisión por donde pasa el ecuador
galáctico, pues para ello sería necesario determinar con bastante precisión los
límites de la propia galaxia.
Si
hay algo bien seguro es que el próximo día 22 de diciembre alguna persona
disfrutará del Premio Gordo de la Lotería de Navidad, bastante más cierto es
esto que el eventual fin del mundo la noche anterior. Ha venido ocurriendo así
desde hace mucho tiempo y seguirá ocurriendo durante mucho más.
Si
hemos de hablar de probabilidades, lo más probable es que acabe con nuestra
suerte el impacto directo de un cuerpo menor (un cometa o un asteroide) proveniente del espacio exterior, si es que
no logramos evitarlo con nuestra tecnología. Esto ha ocurrido antes y volverá a
ocurrir, prueba de ello es la extinción de los dinosaurios hace 65 millones de
años. Sin embargo, contamos con dos importantes aliados que nos han venido
salvando de estas colisiones en innumerables ocasiones, ni más ni menos que
Júpiter y la propia Luna, no tenemos más que observar la superficie de la Luna
con unos prismáticos.
Hoy
sabemos con certeza que el Sol acabará sus días en una nova o explosión
singular, dando lugar al final a una nebulosa planetaria, una nube que será
caldo de cultivo para el nacimiento de nuevas estrellas. Tenemos certeza de
ello, porque al investigar el universo hemos descubierto que todas las
estrellas tienen una vida limitada y un desarrollo que termina de forma muy
parecida en todas ellas, aunque con variaciones que dependen del tamaño de cada
estrella. Todo esto ocurrirá presumiblemente antes de que nuestra galaxia
colisione con Andrómeda. Todo lo que ves, las obras de Goya, Leonardo, Fidias o
Miguel Ángel, tu maravilloso mundo “azul”… Acabará engullido por nuestro rojo
Sol.
Pensamos
que en Atapuerca (Burgos), en la Sima de los huesos, se están encontrando
restos del Hommo Antecessor con unos 800.000 años de antigüedad, nuestro
antecesor europeo más antiguo, pues bien, cuando miras a Andrómeda por la
noche, los fotones que caen en tu retina salieron de su punto de origen
(Andrómeda) hace 2.100.000 años, esto es 1.300.000 años antes de que el primer
antecesor nuestro pisara las tierras europeas. Esos fotones llevan viajando por
el espacio toda la historia del hombre y mucho antes (y hablamos de la galaxia
más cercana). Pudieran considerarse Un Gran Reserva…
Sobre
la fecha de colisión varía entre los 3000 y los 5800 millones de años. En esa
horquilla bastante amplia. Para que no te preocupes demasiado querido lector,
como dato, debes saber que nuestro Sol, si el Sol, tiene unos 4.500 millones de
años desde su nacimiento y aún le queda
combustible para otros 4.000 millones de años. Transcurrido este tiempo, el Sol
aumentará de tamaño convirtiéndose “rápidamente” en una gigante roja. En ese
proceso aumentará de temperatura y tamaño llegando a abarcar las órbitas de los
planetas menores, incluidos la Tierra. Para entonces, el calor habrá volatilizado
la atmósfera de la Tierra, que acabará siendo engullida por nuestro querido
Sol.
Texto: Jose J.Lumbreras
1 comentario:
muy bueno e interesante.Gracias
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